Juego Nocturno... Kevin y Tu... MUY HOT...
issabel- Asesor(a) de Imagen
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Fecha de nacimiento : 20/01/1992
Fecha de inscripción : 30/10/2009
Edad : 32
Localización : colombia
Empleo /Ocio : Universitaria jajaja
El mayor de seis, Kevin a pasado su vida entera cuidando de sus hermanos, especialmente de su hermana Anya y su hermano Joseph. Él mataría o moriría por proteger a su familia de los Arcadianos que los acosan.
Los Arcadianos lo proclamaron Asesino en su cumpleaños veinticinco y lo han perseguido desde entonces. La recompensa por su cabeza es asombrosa.
Despiadado asesino, es extremadamente territorial y no tiene misericordia con cualquiera que se atreva a pisar su territorio, sean Katagaria o Arcadianos. Sus poderes son legendarios y pocos Centinelas se atreven a desafiarlo. Aquellos que lo hicieron, pagaron con sus vidas.
Solo Anya ha conocido su lado tierno. Para el resto del mundo, él es contundente y resuelto. Él hace lo que sea necesario para proteger su patria. Desafiarlo es desafiar a la muerte misma.
Cuando la luna está llena, la pasión es más fuerte...
Génesis
Ven conmigo, viajero moderno, atrás, a un tiempo que ha sido cubierto por el misterio. Detrás a una antigua leyenda que ha sido, sobre todo, olvidada. O por lo menos...
Deformada.
Vemos remanentes de ello en nuestro avanzado mundo. ¿Qué mortal actual no sabe del temor a los extraños ruidos a la luz de la luna llena? ¿Temer el aullido del lobo? ¿El grito de un halcón? Mirar con precaución en los callejones más oscuros. No temiendo a depredadores humanos, pero temiendo a algo más.
Algo oscuro. Peligroso. Algo aún más mortal que nuestros homólogos humanos.
Pero la humanidad no siempre tuvo este miedo. En efecto, hubo un tiempo una vez, hace mucho, cuando la gente era la gente y los animales eran animales.
Hasta el día del Allagi. Ellos dicen del nacimiento de los Were-Hunters, que como la mayoría de los grandes males, comenzaron con sólo las mejores intenciones.
El rey Lycaon de Arcadia no tenía ni idea cuando se casó, que su preciosa y amada reina no era humana. Su esposa guardaba dentro de ella un oscuro secreto. Ella nació de la maldita raza Apolita y estaba destinada a morir en la flor de su juventud, a la edad de veintisiete años.
No fue hasta su último cumpleaños, cuando Lycaon vio a su amada morir horriblemente de vejez, que se dio cuenta que los dos hijos que ella había engendrado la seguirían a una temprana tumba.
Golpeado por la pena, él había buscado a sus sacerdotes pero todos le dijeron que no había nada que podría hacer. El destino era el destino.
Pero Lycaon rechazó hacerle caso a su sabiduría. Él era un hechicero y estaba decidido que nadie llevaría a sus hijos lejos de él. Ni siquiera los mismos Destinos.
Y entonces empezó a experimentar con su magia para prolongar las vidas de la gente de su esposa. Capturándolos, él mágicamente combinó su esencia con varios animales que eran conocidos por su fuerza: osos, panteras, leopardos, halcones, leones, tigres, chacales, lobos, y hasta dragones.
Él pasó años perfeccionando su nueva raza, hasta que por fin estuvo seguro que había encontrado la cura para sus hijos. Mezclándolos con un dragón y un lobo, los más fuertes de los animales con los que había experimentado, los impregnó de más fuerza y magia que a cualquiera de los demás. De verdad, dio de su propio poder a sus hijos.
Al final, él recibió más de lo que había contado. No sólo sus hijos tenían vidas más largas que su esposa, ellos tenían vidas más largas que cualquier especie conocida.
Con sus capacidades mágicas y su fuerza animal, ellos ahora vivían de diez a doce veces más que cualquier humano.
Los Destinos miraron hacia abajo y vieron lo que el orgulloso rey había hecho. Enojadas la interferencia en sus dominios, los Destinos decretaron que él debería matar a sus hijos y todos los que eran como ellos.
Lycaon se negó.
Entonces los Destinos buscaron su propia forma de castigo para su orgullo. Sus hijos y todos los que fueran como ellos fueron maldecidos nuevamente.
—Nunca habrá paz entre tus hijos —proclamó Clotho, el Destino que hace girar los hilos de vida—. Ellos pasarán la eternidad odiando y peleando hasta el día que no respiren más.
Y así fue. Siempre que Lycaon mezclaba un animal con un humano, él, de hecho, hacía dos seres. Uno que era quien portaba el corazón de un animal y otro que portaba un corazón humano.
Aquellos que caminaban como hombres y tenían corazones humanos fueron después llamados Arcadianos por la gente de Lycaon. Los que tenían corazones de animal fueron llamados Katagaria.
Los Katagaria nacían como animales y vivían como animales, hasta que alcanzaban la pubertad, cuando los poderes mágicos se liberaban en sus hormonas, y serían capaces de volverse humanos, al menos externamente. Sus corazones de animal gobernarían siempre sus acciones.
De la misma manera, los Arcadianos nacían como humanos y vivían como humanos hasta que su pubertad traía con ella su magia y su capacidad de cambiar a la forma de animal.
Dos lados de una misma moneda, las dos especies deberían haber estado en paz. En cambio, las diosas enviaron la Discordia para plantar la desconfianza entre ellos. Los Arcadianos se sintieron superiores a sus primos animales. Después de todo, ellos eran la gente con la racionalidad humana, mientras los Katagaria eran sólo animales que podían tomar la forma humana.
Los Katagaria aprendieron rápidamente que los Arcadianos no eran honestos sobre sus intenciones y que dirían una cosa, luego harían otra.
A lo largo del tiempo, los dos grupos se han atacado el uno al otro mientras cada lado tomaba la razón moral como propia. Los animales creían que los Arcadianos eran la verdadera amenaza mientras los Arcadianos creían que los Katagaria debían ser controlados o abatidos.
Esta es una guerra interminable.
Y como con todas las guerras, nunca hubo un verdadero vencedor. Sólo hubo víctimas que todavía sufrían por el prejuicio y el odio infundado.
Los Arcadianos lo proclamaron Asesino en su cumpleaños veinticinco y lo han perseguido desde entonces. La recompensa por su cabeza es asombrosa.
Despiadado asesino, es extremadamente territorial y no tiene misericordia con cualquiera que se atreva a pisar su territorio, sean Katagaria o Arcadianos. Sus poderes son legendarios y pocos Centinelas se atreven a desafiarlo. Aquellos que lo hicieron, pagaron con sus vidas.
Solo Anya ha conocido su lado tierno. Para el resto del mundo, él es contundente y resuelto. Él hace lo que sea necesario para proteger su patria. Desafiarlo es desafiar a la muerte misma.
Cuando la luna está llena, la pasión es más fuerte...
Génesis
Ven conmigo, viajero moderno, atrás, a un tiempo que ha sido cubierto por el misterio. Detrás a una antigua leyenda que ha sido, sobre todo, olvidada. O por lo menos...
Deformada.
Vemos remanentes de ello en nuestro avanzado mundo. ¿Qué mortal actual no sabe del temor a los extraños ruidos a la luz de la luna llena? ¿Temer el aullido del lobo? ¿El grito de un halcón? Mirar con precaución en los callejones más oscuros. No temiendo a depredadores humanos, pero temiendo a algo más.
Algo oscuro. Peligroso. Algo aún más mortal que nuestros homólogos humanos.
Pero la humanidad no siempre tuvo este miedo. En efecto, hubo un tiempo una vez, hace mucho, cuando la gente era la gente y los animales eran animales.
Hasta el día del Allagi. Ellos dicen del nacimiento de los Were-Hunters, que como la mayoría de los grandes males, comenzaron con sólo las mejores intenciones.
El rey Lycaon de Arcadia no tenía ni idea cuando se casó, que su preciosa y amada reina no era humana. Su esposa guardaba dentro de ella un oscuro secreto. Ella nació de la maldita raza Apolita y estaba destinada a morir en la flor de su juventud, a la edad de veintisiete años.
No fue hasta su último cumpleaños, cuando Lycaon vio a su amada morir horriblemente de vejez, que se dio cuenta que los dos hijos que ella había engendrado la seguirían a una temprana tumba.
Golpeado por la pena, él había buscado a sus sacerdotes pero todos le dijeron que no había nada que podría hacer. El destino era el destino.
Pero Lycaon rechazó hacerle caso a su sabiduría. Él era un hechicero y estaba decidido que nadie llevaría a sus hijos lejos de él. Ni siquiera los mismos Destinos.
Y entonces empezó a experimentar con su magia para prolongar las vidas de la gente de su esposa. Capturándolos, él mágicamente combinó su esencia con varios animales que eran conocidos por su fuerza: osos, panteras, leopardos, halcones, leones, tigres, chacales, lobos, y hasta dragones.
Él pasó años perfeccionando su nueva raza, hasta que por fin estuvo seguro que había encontrado la cura para sus hijos. Mezclándolos con un dragón y un lobo, los más fuertes de los animales con los que había experimentado, los impregnó de más fuerza y magia que a cualquiera de los demás. De verdad, dio de su propio poder a sus hijos.
Al final, él recibió más de lo que había contado. No sólo sus hijos tenían vidas más largas que su esposa, ellos tenían vidas más largas que cualquier especie conocida.
Con sus capacidades mágicas y su fuerza animal, ellos ahora vivían de diez a doce veces más que cualquier humano.
Los Destinos miraron hacia abajo y vieron lo que el orgulloso rey había hecho. Enojadas la interferencia en sus dominios, los Destinos decretaron que él debería matar a sus hijos y todos los que eran como ellos.
Lycaon se negó.
Entonces los Destinos buscaron su propia forma de castigo para su orgullo. Sus hijos y todos los que fueran como ellos fueron maldecidos nuevamente.
—Nunca habrá paz entre tus hijos —proclamó Clotho, el Destino que hace girar los hilos de vida—. Ellos pasarán la eternidad odiando y peleando hasta el día que no respiren más.
Y así fue. Siempre que Lycaon mezclaba un animal con un humano, él, de hecho, hacía dos seres. Uno que era quien portaba el corazón de un animal y otro que portaba un corazón humano.
Aquellos que caminaban como hombres y tenían corazones humanos fueron después llamados Arcadianos por la gente de Lycaon. Los que tenían corazones de animal fueron llamados Katagaria.
Los Katagaria nacían como animales y vivían como animales, hasta que alcanzaban la pubertad, cuando los poderes mágicos se liberaban en sus hormonas, y serían capaces de volverse humanos, al menos externamente. Sus corazones de animal gobernarían siempre sus acciones.
De la misma manera, los Arcadianos nacían como humanos y vivían como humanos hasta que su pubertad traía con ella su magia y su capacidad de cambiar a la forma de animal.
Dos lados de una misma moneda, las dos especies deberían haber estado en paz. En cambio, las diosas enviaron la Discordia para plantar la desconfianza entre ellos. Los Arcadianos se sintieron superiores a sus primos animales. Después de todo, ellos eran la gente con la racionalidad humana, mientras los Katagaria eran sólo animales que podían tomar la forma humana.
Los Katagaria aprendieron rápidamente que los Arcadianos no eran honestos sobre sus intenciones y que dirían una cosa, luego harían otra.
A lo largo del tiempo, los dos grupos se han atacado el uno al otro mientras cada lado tomaba la razón moral como propia. Los animales creían que los Arcadianos eran la verdadera amenaza mientras los Arcadianos creían que los Katagaria debían ser controlados o abatidos.
Esta es una guerra interminable.
Y como con todas las guerras, nunca hubo un verdadero vencedor. Sólo hubo víctimas que todavía sufrían por el prejuicio y el odio infundado.
Re: Juego Nocturno... Kevin y Tu... MUY HOT...
Prólogo
Nueva Orleáns, Noche de Mardi Gras del año 2003
—Lo siento tanto, Kevin. Juro que nunca pensé que nos destruiría de esta forma.
Paul Kevin Kattalakis rechinó sus dientes mientras volvía a fallar de su intento de levantarse. Sus brazos le dolían por el esfuerzo de levantar noventa kilos de puro músculo con nada más que los huesos de sus muñecas. Cada vez que estaba cerca de alzar su cuerpo hasta la rama sobre su cabeza, su hermano comenzaba a hablar, lo cual rompía su concentración y hacía que volviera a caer a su posición colgante.
Él suspiró, tratando no de hacer caso del severo dolor de sus muñecas. —No te preocupes, Joe. Conseguiremos salir de esta.
De alguna manera.
Lo esperaba.
Joe no lo oyó. En cambio siguió pidiendo perdón por causar sus muertes.
Kevin se estiró otra vez contra la cortante cuerda que mantenía sus manos atadas juntas encima de su cabeza, asegurada a una delgada rama, mientras él colgaba precariamente de un antiguo ciprés sobre una de las más oscuras, desagradable agua de pantano que nunca hubiera visto. No sabía que era peor, pensar en perder sus manos, su vida, o caer en ese agujero de lodo asqueroso plagado de lagartos.
Francamente, sin embargo, prefería estar muerto que tocar esa peste. Ni siquiera en la oscuridad del bayou de Luisiana, él podía decir cuan pútrido y repugnante era.
Había algo seriamente mal en alguien que deseaba vivir aquí, en este pantano. Por lo menos tenía la confirmación de que Talon de los Morrigantes era un idiota de primera línea.
Su hermano, Joe, estaba atado de igual manera sobre el lado opuesto del árbol donde ellos pendían de forma inquietante entre el gas del pantano, las serpientes, los insectos, y los lagartos.
Cada vez que Kevin se movía, la cuerda se clavaba en la carne de sus muñecas. Si no se liberaba pronto, la cuerda atravesaría tendones y huesos, y cortaría sus manos completamente.
Este era el timoria, el castigo, que ambos recibían por el hecho de que Kevin hubiera protegido a la mujer de Talon. Como Kevin se había atrevido a ayudar a los Dark Hunters, los desalmados Daimons que estaban en guerra con los Dark Hunters habían atacado a la manada de lobos Katagaria de Kevin y había asesinado a su querida hermana.
Los Katagaria eran animales que podían tomar forma humana y seguían una ley básica de la naturaleza: matar o ser muerto. Si alguien o algo amenazaba la seguridad de la manada, era aniquilado.
Entonces Kevin, que había causado el ataque de los Daimons, había sido condenada a ser golpeado y dejado para morir en el pantano. Joe estaba con él sólo porque su padre los había odiado a ambos desde que habían nacido y los había temido desde el día en que sus poderes sobrenaturales habían sido desbloqueados por sus hormonas adolescentes.
Más que eso, su padre los odiaba por lo que su madre le había hecho.
Esta había sido la perfecta oportunidad para que su padre se librara de ambos sin que la manada se volviera en su contra por la sentencia de muerte.
Su padre lo había tomado con regocijo.
Este sería el último error que su padre volvería a cometer.
Al menos lo sería si Kevin pudiera conseguir sacar sus traseros de este maldito pantano sin ser comidos.
Ambos estaban en su forma humana y atrapados por los finos, plateados collares metriazo que llevaban alrededor de sus cuellos y que enviaban diminutos impulsos iónicos a sus cuerpos. Los cuellos los mantenían en forma humana. Algo que sus enemigos pensaron que los haría más débiles.
En el caso de Joe eso era verdad.
No lo era en el caso de Kevin.
Aún así, el collar debilitaba su capacidad de utilizar la magia y manipular las leyes de la naturaleza. Y eso lo estaba enojando seriamente.
Como Joe, Kevin estaba vestido sólo con un par de jeans ensangrentados. Su camisa le había sido arrancada para su paliza y sus botas tomadas sólo por despecho. Desde luego, nadie esperaba que vivieran. Los collares no podían ser quitados con la magia, la que ninguno de los dos podría usar mientras lo llevaran, e incluso si por algún milagro ellos realmente bajaban del árbol, había ya un grupo grande de lagartos que podía oler su sangre. Lagartos que sólo esperaban que cayeran al pantano para proveerse de una sabrosa comida de lobo.
—Hombre —dijo Joe con irritación—. Nick tenía razón. Nunca deberías confiar en nada que sangra durante cinco días y no muere. Debería haberle escuchado. Tu me dijiste que Camilla era una perra capaz de joder con tres lobos a la vez, ¿Pero escuché? No y ahora míranos. Lo juro, si salgo de esta, voy a matarla.
—¡Joe! —Kevin le dijo bruscamente a su hermano que seguía hablando mientras Kevin intentaba controlar algunos poderes incluso a través de las dolorosas descargas eléctricas del collar—. Podrías acabar con el Festival de la Culpa y dejarme concentrar, si no vamos a colgar de este maldito árbol por el resto de la eternidad.
—Bueno, no por la eternidad. Calculo que sólo tenemos aproximadamente una media hora más antes que las cuerdas nos corten las muñecas. Hablando de eso, mis muñecas realmente duelen. ¿Cómo están las tuyas? —Joe hizo una pausa mientras Kevin suspiraba y sintió un diminuto movimiento de la cuerda que empezaba a aflojarse.
También oyó romperse la rama.
Con su corazón martillando, Kevin miró hacia abajo para ver un enormemente grande par de ojos de lagarto mirándolo desde las profundidades oscuras. Kevin habría dado cualquier cosa por tener tres segundos de sus poderes para freír a ese puñetero glotón.
Joe no pareció notar ninguna de las dos amenazas. —Juro que nunca voy a decirte que muerdas mi trasero otra vez. La próxima vez que me digas algo, voy a escucharte, sobre todo si concierne a una hembra.
Kevin gruñó. —¿Entonces podrías comenzar por escucharme cuándo te digo que te calles?
—Ya me callo. Sólo odio ser humano. Apesta. ¿Cómo lo soportas?
—¡Joe!
—¿Qué?
Kevin puso los ojos en blanco. Era inútil. Siempre que su hermano estaba en forma humana, la única parte de su cuerpo que conseguía cualquier clase de ejercicio era su boca. ¿Por qué su manada no podía haber amordazado a Joe antes de que lo colgaran?
—Sabes, si nosotros estuviéramos en forma de lobo, sólo deberíamos roer nuestras patas. Desde luego si estuviéramos en forma de lobo, las cuerdas no nos sostendrían, así que...
—Cállate —ladró Kevin otra vez.
—¿La sensación vuelve alguna vez a tus manos después de estar así de entumecidas? Esto no pasa cuando somos lobos. ¿Esto le pasa a menudo a la gente?
Kevin cerró sus ojos, disgustado. Entonces así era como terminaría su vida. No en alguna gloriosa batalla contra un enemigo o su padre. Ni tranquilamente en su sueño.
No, el último sonido que él oiría sería Joe maldiciendo.
Nueva Orleáns, Noche de Mardi Gras del año 2003
—Lo siento tanto, Kevin. Juro que nunca pensé que nos destruiría de esta forma.
Paul Kevin Kattalakis rechinó sus dientes mientras volvía a fallar de su intento de levantarse. Sus brazos le dolían por el esfuerzo de levantar noventa kilos de puro músculo con nada más que los huesos de sus muñecas. Cada vez que estaba cerca de alzar su cuerpo hasta la rama sobre su cabeza, su hermano comenzaba a hablar, lo cual rompía su concentración y hacía que volviera a caer a su posición colgante.
Él suspiró, tratando no de hacer caso del severo dolor de sus muñecas. —No te preocupes, Joe. Conseguiremos salir de esta.
De alguna manera.
Lo esperaba.
Joe no lo oyó. En cambio siguió pidiendo perdón por causar sus muertes.
Kevin se estiró otra vez contra la cortante cuerda que mantenía sus manos atadas juntas encima de su cabeza, asegurada a una delgada rama, mientras él colgaba precariamente de un antiguo ciprés sobre una de las más oscuras, desagradable agua de pantano que nunca hubiera visto. No sabía que era peor, pensar en perder sus manos, su vida, o caer en ese agujero de lodo asqueroso plagado de lagartos.
Francamente, sin embargo, prefería estar muerto que tocar esa peste. Ni siquiera en la oscuridad del bayou de Luisiana, él podía decir cuan pútrido y repugnante era.
Había algo seriamente mal en alguien que deseaba vivir aquí, en este pantano. Por lo menos tenía la confirmación de que Talon de los Morrigantes era un idiota de primera línea.
Su hermano, Joe, estaba atado de igual manera sobre el lado opuesto del árbol donde ellos pendían de forma inquietante entre el gas del pantano, las serpientes, los insectos, y los lagartos.
Cada vez que Kevin se movía, la cuerda se clavaba en la carne de sus muñecas. Si no se liberaba pronto, la cuerda atravesaría tendones y huesos, y cortaría sus manos completamente.
Este era el timoria, el castigo, que ambos recibían por el hecho de que Kevin hubiera protegido a la mujer de Talon. Como Kevin se había atrevido a ayudar a los Dark Hunters, los desalmados Daimons que estaban en guerra con los Dark Hunters habían atacado a la manada de lobos Katagaria de Kevin y había asesinado a su querida hermana.
Los Katagaria eran animales que podían tomar forma humana y seguían una ley básica de la naturaleza: matar o ser muerto. Si alguien o algo amenazaba la seguridad de la manada, era aniquilado.
Entonces Kevin, que había causado el ataque de los Daimons, había sido condenada a ser golpeado y dejado para morir en el pantano. Joe estaba con él sólo porque su padre los había odiado a ambos desde que habían nacido y los había temido desde el día en que sus poderes sobrenaturales habían sido desbloqueados por sus hormonas adolescentes.
Más que eso, su padre los odiaba por lo que su madre le había hecho.
Esta había sido la perfecta oportunidad para que su padre se librara de ambos sin que la manada se volviera en su contra por la sentencia de muerte.
Su padre lo había tomado con regocijo.
Este sería el último error que su padre volvería a cometer.
Al menos lo sería si Kevin pudiera conseguir sacar sus traseros de este maldito pantano sin ser comidos.
Ambos estaban en su forma humana y atrapados por los finos, plateados collares metriazo que llevaban alrededor de sus cuellos y que enviaban diminutos impulsos iónicos a sus cuerpos. Los cuellos los mantenían en forma humana. Algo que sus enemigos pensaron que los haría más débiles.
En el caso de Joe eso era verdad.
No lo era en el caso de Kevin.
Aún así, el collar debilitaba su capacidad de utilizar la magia y manipular las leyes de la naturaleza. Y eso lo estaba enojando seriamente.
Como Joe, Kevin estaba vestido sólo con un par de jeans ensangrentados. Su camisa le había sido arrancada para su paliza y sus botas tomadas sólo por despecho. Desde luego, nadie esperaba que vivieran. Los collares no podían ser quitados con la magia, la que ninguno de los dos podría usar mientras lo llevaran, e incluso si por algún milagro ellos realmente bajaban del árbol, había ya un grupo grande de lagartos que podía oler su sangre. Lagartos que sólo esperaban que cayeran al pantano para proveerse de una sabrosa comida de lobo.
—Hombre —dijo Joe con irritación—. Nick tenía razón. Nunca deberías confiar en nada que sangra durante cinco días y no muere. Debería haberle escuchado. Tu me dijiste que Camilla era una perra capaz de joder con tres lobos a la vez, ¿Pero escuché? No y ahora míranos. Lo juro, si salgo de esta, voy a matarla.
—¡Joe! —Kevin le dijo bruscamente a su hermano que seguía hablando mientras Kevin intentaba controlar algunos poderes incluso a través de las dolorosas descargas eléctricas del collar—. Podrías acabar con el Festival de la Culpa y dejarme concentrar, si no vamos a colgar de este maldito árbol por el resto de la eternidad.
—Bueno, no por la eternidad. Calculo que sólo tenemos aproximadamente una media hora más antes que las cuerdas nos corten las muñecas. Hablando de eso, mis muñecas realmente duelen. ¿Cómo están las tuyas? —Joe hizo una pausa mientras Kevin suspiraba y sintió un diminuto movimiento de la cuerda que empezaba a aflojarse.
También oyó romperse la rama.
Con su corazón martillando, Kevin miró hacia abajo para ver un enormemente grande par de ojos de lagarto mirándolo desde las profundidades oscuras. Kevin habría dado cualquier cosa por tener tres segundos de sus poderes para freír a ese puñetero glotón.
Joe no pareció notar ninguna de las dos amenazas. —Juro que nunca voy a decirte que muerdas mi trasero otra vez. La próxima vez que me digas algo, voy a escucharte, sobre todo si concierne a una hembra.
Kevin gruñó. —¿Entonces podrías comenzar por escucharme cuándo te digo que te calles?
—Ya me callo. Sólo odio ser humano. Apesta. ¿Cómo lo soportas?
—¡Joe!
—¿Qué?
Kevin puso los ojos en blanco. Era inútil. Siempre que su hermano estaba en forma humana, la única parte de su cuerpo que conseguía cualquier clase de ejercicio era su boca. ¿Por qué su manada no podía haber amordazado a Joe antes de que lo colgaran?
—Sabes, si nosotros estuviéramos en forma de lobo, sólo deberíamos roer nuestras patas. Desde luego si estuviéramos en forma de lobo, las cuerdas no nos sostendrían, así que...
—Cállate —ladró Kevin otra vez.
—¿La sensación vuelve alguna vez a tus manos después de estar así de entumecidas? Esto no pasa cuando somos lobos. ¿Esto le pasa a menudo a la gente?
Kevin cerró sus ojos, disgustado. Entonces así era como terminaría su vida. No en alguna gloriosa batalla contra un enemigo o su padre. Ni tranquilamente en su sueño.
No, el último sonido que él oiría sería Joe maldiciendo.
plizzz comentennn
Hola! me encanto
siguela please!
bye
siguela please!
bye
aa gracia vale por ser mi primera lectora te voy a subir dos cap jaja espero que los disfrutez
CONTINUACION…
Lo imaginaba.
Él inclinó su cabeza hacia atrás para poder ver a su hermano a través de la oscuridad. —Sabes, Joe, vamos a echar culpas por un minuto. Estoy enfermo y cansado de colgar aquí debido a que tu maldita bocota decidió contarle a su último juguete masticable cómo protegí a la compañera de un Dark Hunter. Muchas gracias por no saber cuando cerrar la maldita boca.
—Sí, pues cómo iba yo a saber que Camilla correría a contarle a Padre que tu estabas con Sunshine y que por eso los Daimons nos atacaron. Hembra hipócrita. Camilla dijo que ella quería emparejarse conmigo.
—Todas quieren emparejarse contigo, imbécil, esa es la naturaleza de nuestra especie.
—¡Vete a la mierda!
Kevin soltó un resuello mientras Joe finalmente se calmaba. La cólera de su hermano debería darle un respiro de unos tres minutos mientras Joe rumiaba y buscaba un más creativo y elocuente regreso.
Enlazando sus dedos, Kevin levantó sus piernas. Más dolor se deslizó por sus brazos mientras cortaba profundamente la carne humana. Él sólo rezaba para que sus huesos aguantaran un poco más sin quebrarse.
Más sangre manó por sus antebrazos mientras levantaba sus piernas encima de una rama sobre su cabeza.
Si solamente pudiera conseguir envolverlas... alrededor...
Él tocó ligeramente la madera con su pie desnudo. La corteza esta fría y frágil mientras raspaba contra el suave empeine de su pie. Él ahuecó su tobillo alrededor de la madera.
Solo un poco... poquito...
Más.
Joe gruñó. —Eres un tremendo estúpido...
Bien, demasiada creatividad.
Kevin concentró su atención en sus propios y rápidos latidos del corazón y rechazó oír los insultos de Joe.
Al revés, él enroscó una pierna alrededor del tronco y expulsó su aliento. Kevin gruñó de alivio mientras la mayor parte del peso fue quitado de sus palpitantes y ensangrentadas muñecas. Él jadeó por el esfuerzo mientras Joe seguía con su ignorada diatriba.
El tronco crujió peligrosamente.
Kevin contuvo su aliento otra vez, aterrorizado por que no fuera su movimiento el que hiciera que su rama se rompiera en dos y cayera como una bolsa de papas en la verde y podrida agua del pantano de abajo.
De repente, los cocodrilos se revolcaron en el agua, luego se alejaron.
—Oh mierda —siseó Kevin.
Esa no era una buena señal.
Había sólo dos cosas, que él supiera, que hacía irse a los cocodrilos. Una era si el Dark-Hunter llamado Talon, que vivía en el pantano, regresaba a su casa y los refrenaba. Pero como Talon estaba en el French Quarter salvando al mundo y no en el pantano esta noche, eso parecía sumamente improbablemente.
La otra, la opción mucho menos atractiva eran los Daimons, los que eran muertos caminantes, los que estaban condenados a matar para prolongar artificialmente sus vidas. La única cosa sobre de la que se sentían más orgullosos que matar humanos era matar Were-Hunters. Ya que las vidas de los Were-Hunters duraban siglos y ellos poseían capacidades mágicas, sus almas podrían mantener a un Daimon diez veces más que un humano medio.
Incluso más impresionante, una vez que el alma de un Were-Hunter era reclamada, sus capacidades mágicas eran absorbidas en los cuerpos de los Daimons donde podrían usar esos poderes contra otros.
Era un don especial ser un placer único para los no muertos.
Había sólo una razón para que los Daimons estuvieran aquí. Una única manera de que fueran capaces de encontrarlos a él y a Joe solos en este pantano aislado donde los Daimons no pisaban sin una causa. Alguien los había ofrecido a los dos como un sacrificio para que los Daimons dejaran a su manada Katagaria tranquila.
Y no había duda en su mente de quien había hecho aquella llamada.
—¡Maldito seas! —Kevin gruñó en la oscuridad, sabiendo a su padre no podía oírlo. Pero él tenía que expresarse de todos modos.
—¿Qué te hice? —preguntó Joe con indignación—. Además de conseguir que te maten, en todo caso.
—No tu —dijo Kevin mientras luchaba por conseguir subir su otra pierna lo suficiente para poder liberar sus manos.
Algo saltó del pantano al árbol sobre él.
Kevin torció su cuerpo para ver al alto y delgado Daimon justo encima, mirando abajo hacia él con un divertido destello en sus ojos hambrientos.
Vestido todo de negro, el rubio Daimon chasqueó su lengua hacia él. —Deberías estar feliz de vernos, lobo. Después de todo, sólo queremos liberarte.
—¡Vete al infierno! —gruñó Kevin.
El Daimon se rió.
Joe aulló.
Kevin buscó con la vista para ver a un grupo de diez Daimons derribando a Joe del árbol. ¡¡Maldición!! Su hermano era un lobo. Él no sabía como luchar en forma humana sin sus poderes mágicos, los que no podía usar mientras que Joe llevara ese collar.
Enfurecido, Kevin levantó sus piernas. La rama se rompió al instante, enviándolo directamente al agua estancada debajo.
Kevin contuvo su aliento mientras el gusto podrido y fangoso de ella invadía su cabeza. Trató de impulsarse hacia la superficie, pero no podía.
No, es que importara. Alguien lo agarró de los pelos y lo tiró hacia la superficie.
En cuanto su cabeza estuvo encima del agua, un Daimon hundió sus colmillos en el hombro desnudo de Kevin. Gruñendo de rabia, Kevin le dio un codazo al Daimon en las costillas y usó sus propios dientes para devolver la mordedura.
El Daimon chilló y lo liberó.
—Éste pelea —dijo una mujer mientras caminaba hacia él. —Él proporcionará más sustento que el otro.
Kevin le pateó las piernas antes que ella pudiera agarrarlo. Usó el sinuoso cuerpo de ella como un trampolín para salir del agua. Como cualquier buen lobo, sus piernas eran bastante fuertes para propulsarlo fuera del agua a una de las salientes del ciprés cercano.
Su oscuro cabello mojado colgaba sobre su cara mientras su cuerpo palpitaba por la lucha y la paliza que le había dado su manada. La luz de la luna destellaba sobre su musculoso y mojado cuerpo mientras se ponía de cuclillas con una mano en la vieja saliente de madera que se dibujaba contra el telón de fondo del pantano. Oscuro musgo español colgaba de los árboles mientras la luna llena, cubierta por las nubes, se reflejaba misteriosamente en las negras, aterciopeladas ondas del agua.
Como el animal que era, Kevin miró a sus enemigos acercándose a él. No era cosa de rendirse él o Joe a esos bastardos. Él podía no estar muerto, pero estaba tan maldito como lo estaban ellos y hasta más cabreado con los Destinos.
Levantando sus manos a su boca, Kevin usó sus dientes para morder la cuerda alrededor de sus muñecas y liberar sus manos.
—Pagarás por esto —dijo un Daimon masculino mientras se movía hacia él.
Con sus manos libres, Kevin se lanzó del tronco cortado al agua. Se zambulló hondo en las oscuras profundidades hasta que pudo romper un trozo de madera de un árbol caído que estaba enterrado allí. Él pataleó de regreso hacia el área donde Joe estaba colgado.
Lo imaginaba.
Él inclinó su cabeza hacia atrás para poder ver a su hermano a través de la oscuridad. —Sabes, Joe, vamos a echar culpas por un minuto. Estoy enfermo y cansado de colgar aquí debido a que tu maldita bocota decidió contarle a su último juguete masticable cómo protegí a la compañera de un Dark Hunter. Muchas gracias por no saber cuando cerrar la maldita boca.
—Sí, pues cómo iba yo a saber que Camilla correría a contarle a Padre que tu estabas con Sunshine y que por eso los Daimons nos atacaron. Hembra hipócrita. Camilla dijo que ella quería emparejarse conmigo.
—Todas quieren emparejarse contigo, imbécil, esa es la naturaleza de nuestra especie.
—¡Vete a la mierda!
Kevin soltó un resuello mientras Joe finalmente se calmaba. La cólera de su hermano debería darle un respiro de unos tres minutos mientras Joe rumiaba y buscaba un más creativo y elocuente regreso.
Enlazando sus dedos, Kevin levantó sus piernas. Más dolor se deslizó por sus brazos mientras cortaba profundamente la carne humana. Él sólo rezaba para que sus huesos aguantaran un poco más sin quebrarse.
Más sangre manó por sus antebrazos mientras levantaba sus piernas encima de una rama sobre su cabeza.
Si solamente pudiera conseguir envolverlas... alrededor...
Él tocó ligeramente la madera con su pie desnudo. La corteza esta fría y frágil mientras raspaba contra el suave empeine de su pie. Él ahuecó su tobillo alrededor de la madera.
Solo un poco... poquito...
Más.
Joe gruñó. —Eres un tremendo estúpido...
Bien, demasiada creatividad.
Kevin concentró su atención en sus propios y rápidos latidos del corazón y rechazó oír los insultos de Joe.
Al revés, él enroscó una pierna alrededor del tronco y expulsó su aliento. Kevin gruñó de alivio mientras la mayor parte del peso fue quitado de sus palpitantes y ensangrentadas muñecas. Él jadeó por el esfuerzo mientras Joe seguía con su ignorada diatriba.
El tronco crujió peligrosamente.
Kevin contuvo su aliento otra vez, aterrorizado por que no fuera su movimiento el que hiciera que su rama se rompiera en dos y cayera como una bolsa de papas en la verde y podrida agua del pantano de abajo.
De repente, los cocodrilos se revolcaron en el agua, luego se alejaron.
—Oh mierda —siseó Kevin.
Esa no era una buena señal.
Había sólo dos cosas, que él supiera, que hacía irse a los cocodrilos. Una era si el Dark-Hunter llamado Talon, que vivía en el pantano, regresaba a su casa y los refrenaba. Pero como Talon estaba en el French Quarter salvando al mundo y no en el pantano esta noche, eso parecía sumamente improbablemente.
La otra, la opción mucho menos atractiva eran los Daimons, los que eran muertos caminantes, los que estaban condenados a matar para prolongar artificialmente sus vidas. La única cosa sobre de la que se sentían más orgullosos que matar humanos era matar Were-Hunters. Ya que las vidas de los Were-Hunters duraban siglos y ellos poseían capacidades mágicas, sus almas podrían mantener a un Daimon diez veces más que un humano medio.
Incluso más impresionante, una vez que el alma de un Were-Hunter era reclamada, sus capacidades mágicas eran absorbidas en los cuerpos de los Daimons donde podrían usar esos poderes contra otros.
Era un don especial ser un placer único para los no muertos.
Había sólo una razón para que los Daimons estuvieran aquí. Una única manera de que fueran capaces de encontrarlos a él y a Joe solos en este pantano aislado donde los Daimons no pisaban sin una causa. Alguien los había ofrecido a los dos como un sacrificio para que los Daimons dejaran a su manada Katagaria tranquila.
Y no había duda en su mente de quien había hecho aquella llamada.
—¡Maldito seas! —Kevin gruñó en la oscuridad, sabiendo a su padre no podía oírlo. Pero él tenía que expresarse de todos modos.
—¿Qué te hice? —preguntó Joe con indignación—. Además de conseguir que te maten, en todo caso.
—No tu —dijo Kevin mientras luchaba por conseguir subir su otra pierna lo suficiente para poder liberar sus manos.
Algo saltó del pantano al árbol sobre él.
Kevin torció su cuerpo para ver al alto y delgado Daimon justo encima, mirando abajo hacia él con un divertido destello en sus ojos hambrientos.
Vestido todo de negro, el rubio Daimon chasqueó su lengua hacia él. —Deberías estar feliz de vernos, lobo. Después de todo, sólo queremos liberarte.
—¡Vete al infierno! —gruñó Kevin.
El Daimon se rió.
Joe aulló.
Kevin buscó con la vista para ver a un grupo de diez Daimons derribando a Joe del árbol. ¡¡Maldición!! Su hermano era un lobo. Él no sabía como luchar en forma humana sin sus poderes mágicos, los que no podía usar mientras que Joe llevara ese collar.
Enfurecido, Kevin levantó sus piernas. La rama se rompió al instante, enviándolo directamente al agua estancada debajo.
Kevin contuvo su aliento mientras el gusto podrido y fangoso de ella invadía su cabeza. Trató de impulsarse hacia la superficie, pero no podía.
No, es que importara. Alguien lo agarró de los pelos y lo tiró hacia la superficie.
En cuanto su cabeza estuvo encima del agua, un Daimon hundió sus colmillos en el hombro desnudo de Kevin. Gruñendo de rabia, Kevin le dio un codazo al Daimon en las costillas y usó sus propios dientes para devolver la mordedura.
El Daimon chilló y lo liberó.
—Éste pelea —dijo una mujer mientras caminaba hacia él. —Él proporcionará más sustento que el otro.
Kevin le pateó las piernas antes que ella pudiera agarrarlo. Usó el sinuoso cuerpo de ella como un trampolín para salir del agua. Como cualquier buen lobo, sus piernas eran bastante fuertes para propulsarlo fuera del agua a una de las salientes del ciprés cercano.
Su oscuro cabello mojado colgaba sobre su cara mientras su cuerpo palpitaba por la lucha y la paliza que le había dado su manada. La luz de la luna destellaba sobre su musculoso y mojado cuerpo mientras se ponía de cuclillas con una mano en la vieja saliente de madera que se dibujaba contra el telón de fondo del pantano. Oscuro musgo español colgaba de los árboles mientras la luna llena, cubierta por las nubes, se reflejaba misteriosamente en las negras, aterciopeladas ondas del agua.
Como el animal que era, Kevin miró a sus enemigos acercándose a él. No era cosa de rendirse él o Joe a esos bastardos. Él podía no estar muerto, pero estaba tan maldito como lo estaban ellos y hasta más cabreado con los Destinos.
Levantando sus manos a su boca, Kevin usó sus dientes para morder la cuerda alrededor de sus muñecas y liberar sus manos.
—Pagarás por esto —dijo un Daimon masculino mientras se movía hacia él.
Con sus manos libres, Kevin se lanzó del tronco cortado al agua. Se zambulló hondo en las oscuras profundidades hasta que pudo romper un trozo de madera de un árbol caído que estaba enterrado allí. Él pataleó de regreso hacia el área donde Joe estaba colgado.
CONTINUACION…
Él salió del agua justo al lado de su hermano para encontrar a diez diferentes Daimons que se alimentan de la sangre de Joe.
A uno le pateó el trasero, agarró al otro por el cuello y clavó la estaca que él mismo había hecho en el corazón del Daimon. La criatura se desintegró inmediatamente.
Los demás se volvieron hacia él.
—Saquen número —les gruñó Kevin—. Hay mucho de esto por venir.
El Daimon más cercano se rió. —Tus poderes están trabados.
—Dile eso al agente fúnebre —dijo Kevin mientras se abalanzaba hacia él. El Daimon brincó hacia atrás, pero no lo bastante lejos. Acostumbrado a luchar con humanos, el Daimon no tuvo en cuenta que Kevin era físicamente capaz de saltar diez veces más lejos.
Kevin no necesitó sus poderes psíquicos. Su fuerza de animal era suficiente para terminar con esto. Él apuñaló al Daimon y dio vuelta para enfrentar a los demás mientras el Daimon se evaporaba.
Ellos se le tiraron encima inmediatamente, pero no funcionó. La mitad del poder de un Daimon consistía en la capacidad de golpear sin ser notado y crear pánico en su víctima.
Esto siempre había funcionado excepto con Kevin que, como primo de los Daimons, había conocido esa estrategia desde la cuna. No había nada en ellos que lo hiciera entrar en pánico.
Toda sus tácticas lo hacían desapasionado y decidido.
Y al final, que lo harían victorioso.
Kevin rasgó a dos más con la estaca mientras Joe permanecía inmóvil en el agua. Él comenzó a entrar en pánico, pero se forzó a calmarse.
La calma era el único modo de ganar una lucha.
Uno de los Daimons lo cogió con una ráfaga que le envió dando vueltas por el agua. Kevin chocó con un tocón y gimió cuando el dolor explotó en su espalda.
Fuera de costumbre, él recurrió a sus propios poderes sólo para sentir que el collar se apretaba y lo sacudía. Él maldijo ante el nuevo dolor, y después lo ignoró.
Levantándose, cargó contra los dos machos que se dirigían a su hermano.
—Ríndete ya —gruñó uno de los Daimons.
—¿Por qué no lo haces tu?
El Daimon embistió. Kevin lo esquivó bajo el agua y tiró de los pies del Daimon. Ellos lucharon en el agua hasta que Kevin le clavó la estaca en el pecho.
El resto se escapó.
Kevin se paró en la oscuridad, escuchándoles chapotear para alejarse de él. El corazón palpitándole en sus oídos mientras permitía a su rabia consumirlo. Echando su cabeza hacia atrás, él soltó su aullido de lobo, que resonó misteriosamente por el neblinoso bayou.
Inhumano y aciago, era la clase de sonido que enviaría hasta a los especialistas en vudú a esconderse.
Ahora seguro que los Daimons se habían ido, Kevin se quitó su cabello mojado de sus ojos mientras se dirigía hacia Joe, quien todavía no se movía.
Kevin ahogado en su pena mientras tropezaba a ciegas por el agua con sólo un pensamiento en su mente... Que no esté muerto.
Una y otra vez en su mente, él veía el cuerpo sin vida de su hermana. Sentía su frialdad contra su piel. Él no podía perderles ambos. No podía.
Esto lo mataría.
Por primera vez en su vida, él quería oír uno de los imbéciles comentarios de Joe.
Cualquier cosa.
Imágenes destellaban en su mente mientras recordaba la muerte de su hermana justo el día anterior en manos de los Daimons. El dolor inimaginable lo atravesó. Joe tenía que estar vivo. Él tenía que estarlo.
—Por favor, Dios —suspiró él mientras cerraba la distancia entre ellos. Él no podía perder a su hermano.
No así...
Los ojos de Joe estaban abiertos, mirando sin ver a la luna llena, que les habría permitido saltar en el tiempo fuera de ese pantano si los dos no tuvieran esos collares.
Tenía heridas de mordeduras abiertas por todo él.
Una honda y profunda pena desgarró a Kevin, astillando su corazón en pedazos.
—Vamos, Joe, no te mueras —dijo él, su voz quebrada mientras se esforzaba por no llorar. En cambio, él gruñó, —No te atrevas a morir encima de mí, estúpido.
Él tiró de su hermano y descubrió que Joe no estaba muerto. Él todavía respiraba y temblaba de un modo incontrolable. Superficial y áspero, el sonido cavernoso de la respiración de Joe era una sinfonía para los oídos de Kevin.
Sus lágrimas manaron mientras el alivio lo atravesaba. Acunó con cuidado a Joe en sus brazos.
—Vamos, Joe —dijo con calma—. Di algo estúpido para mí.
Pero Joe no habló. Él solamente yació allí completamente conmocionado mientras temblaba en los brazos de Kevin.
Al menos estaba vivo.
De momento.
Kevin rechinó sus dientes mientras la cólera lo consumía. Él tenía que conseguir sacar a su hermano de ahí. Tenía que encontrar un lugar seguro para ambos.
Si hubiera tal lugar.
Con su rabia desatada, él hizo lo imposible, quitó el collar de la garganta de Joe con sus manos desnudas. Joe instantáneamente se volvió lobo.
De todos modos Joe no volvió. Él no parpadeaba o gemía.
Kevin tragó un doloroso nudo en su garganta y luchó contra las lágrimas que punzaban en sus ojos.
—Está bien, hermanito —susurró a Joe mientras lo sacaba del agua asquerosa. El peso del lobo marrón era insoportable, pero a Kevin no le preocupaba. Él no le prestó atención a su cuerpo, que protestó llevando a Joe.
Mientras que tuviera aliento en su cuerpo, nadie jamás volvería a dañar otra vez a alguien que a Kevin le importara.
Y él mataría a cualquiera que alguna vez lo intentara.
Él salió del agua justo al lado de su hermano para encontrar a diez diferentes Daimons que se alimentan de la sangre de Joe.
A uno le pateó el trasero, agarró al otro por el cuello y clavó la estaca que él mismo había hecho en el corazón del Daimon. La criatura se desintegró inmediatamente.
Los demás se volvieron hacia él.
—Saquen número —les gruñó Kevin—. Hay mucho de esto por venir.
El Daimon más cercano se rió. —Tus poderes están trabados.
—Dile eso al agente fúnebre —dijo Kevin mientras se abalanzaba hacia él. El Daimon brincó hacia atrás, pero no lo bastante lejos. Acostumbrado a luchar con humanos, el Daimon no tuvo en cuenta que Kevin era físicamente capaz de saltar diez veces más lejos.
Kevin no necesitó sus poderes psíquicos. Su fuerza de animal era suficiente para terminar con esto. Él apuñaló al Daimon y dio vuelta para enfrentar a los demás mientras el Daimon se evaporaba.
Ellos se le tiraron encima inmediatamente, pero no funcionó. La mitad del poder de un Daimon consistía en la capacidad de golpear sin ser notado y crear pánico en su víctima.
Esto siempre había funcionado excepto con Kevin que, como primo de los Daimons, había conocido esa estrategia desde la cuna. No había nada en ellos que lo hiciera entrar en pánico.
Toda sus tácticas lo hacían desapasionado y decidido.
Y al final, que lo harían victorioso.
Kevin rasgó a dos más con la estaca mientras Joe permanecía inmóvil en el agua. Él comenzó a entrar en pánico, pero se forzó a calmarse.
La calma era el único modo de ganar una lucha.
Uno de los Daimons lo cogió con una ráfaga que le envió dando vueltas por el agua. Kevin chocó con un tocón y gimió cuando el dolor explotó en su espalda.
Fuera de costumbre, él recurrió a sus propios poderes sólo para sentir que el collar se apretaba y lo sacudía. Él maldijo ante el nuevo dolor, y después lo ignoró.
Levantándose, cargó contra los dos machos que se dirigían a su hermano.
—Ríndete ya —gruñó uno de los Daimons.
—¿Por qué no lo haces tu?
El Daimon embistió. Kevin lo esquivó bajo el agua y tiró de los pies del Daimon. Ellos lucharon en el agua hasta que Kevin le clavó la estaca en el pecho.
El resto se escapó.
Kevin se paró en la oscuridad, escuchándoles chapotear para alejarse de él. El corazón palpitándole en sus oídos mientras permitía a su rabia consumirlo. Echando su cabeza hacia atrás, él soltó su aullido de lobo, que resonó misteriosamente por el neblinoso bayou.
Inhumano y aciago, era la clase de sonido que enviaría hasta a los especialistas en vudú a esconderse.
Ahora seguro que los Daimons se habían ido, Kevin se quitó su cabello mojado de sus ojos mientras se dirigía hacia Joe, quien todavía no se movía.
Kevin ahogado en su pena mientras tropezaba a ciegas por el agua con sólo un pensamiento en su mente... Que no esté muerto.
Una y otra vez en su mente, él veía el cuerpo sin vida de su hermana. Sentía su frialdad contra su piel. Él no podía perderles ambos. No podía.
Esto lo mataría.
Por primera vez en su vida, él quería oír uno de los imbéciles comentarios de Joe.
Cualquier cosa.
Imágenes destellaban en su mente mientras recordaba la muerte de su hermana justo el día anterior en manos de los Daimons. El dolor inimaginable lo atravesó. Joe tenía que estar vivo. Él tenía que estarlo.
—Por favor, Dios —suspiró él mientras cerraba la distancia entre ellos. Él no podía perder a su hermano.
No así...
Los ojos de Joe estaban abiertos, mirando sin ver a la luna llena, que les habría permitido saltar en el tiempo fuera de ese pantano si los dos no tuvieran esos collares.
Tenía heridas de mordeduras abiertas por todo él.
Una honda y profunda pena desgarró a Kevin, astillando su corazón en pedazos.
—Vamos, Joe, no te mueras —dijo él, su voz quebrada mientras se esforzaba por no llorar. En cambio, él gruñó, —No te atrevas a morir encima de mí, estúpido.
Él tiró de su hermano y descubrió que Joe no estaba muerto. Él todavía respiraba y temblaba de un modo incontrolable. Superficial y áspero, el sonido cavernoso de la respiración de Joe era una sinfonía para los oídos de Kevin.
Sus lágrimas manaron mientras el alivio lo atravesaba. Acunó con cuidado a Joe en sus brazos.
—Vamos, Joe —dijo con calma—. Di algo estúpido para mí.
Pero Joe no habló. Él solamente yació allí completamente conmocionado mientras temblaba en los brazos de Kevin.
Al menos estaba vivo.
De momento.
Kevin rechinó sus dientes mientras la cólera lo consumía. Él tenía que conseguir sacar a su hermano de ahí. Tenía que encontrar un lugar seguro para ambos.
Si hubiera tal lugar.
Con su rabia desatada, él hizo lo imposible, quitó el collar de la garganta de Joe con sus manos desnudas. Joe instantáneamente se volvió lobo.
De todos modos Joe no volvió. Él no parpadeaba o gemía.
Kevin tragó un doloroso nudo en su garganta y luchó contra las lágrimas que punzaban en sus ojos.
—Está bien, hermanito —susurró a Joe mientras lo sacaba del agua asquerosa. El peso del lobo marrón era insoportable, pero a Kevin no le preocupaba. Él no le prestó atención a su cuerpo, que protestó llevando a Joe.
Mientras que tuviera aliento en su cuerpo, nadie jamás volvería a dañar otra vez a alguien que a Kevin le importara.
Y él mataría a cualquiera que alguna vez lo intentara.
sigueeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee!!!!!!!!!!
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CAPITULO 1
Lila y Seda Tienda de Modas en Iberville, French Quarter.
Ocho meses Después
Atontada, _______ McTierney miró fijamente la carta en su mano y parpadeó. Parpadeó otra vez.
No podía realmente estar diciendo lo que ella pensaba que decía.
¿Podía?
¿Era una broma?
Pero mientras la leía nuevamente por cuarta vez, supo que no lo era. El podrido cobarde hijo de puta en realidad había roto con ella a través de su propia cuenta de FedEx.
Lo lamento, ______,
Pero necesito a una mujer más acorde con mi imagen, mi reputación. Voy a muchos sitios y necesito a mi lado la clase de mujer que me ayude, no que me entorpezca. Te enviaré tus cosas a tu edificio. Te envío algo de dinero para un cuarto de hotel para esta noche en caso de que no tengas ningún cuarto libre.
Saludos,
Taylor
—Tú lo lamentas, servil, chupador de babas de perro —gruñó ella mientras lo leía otra vez y el dolor la sumergía tan profundo que todo lo que ella pudo hacer fue no echarse a llorar. Su novio de cinco años rompía con ella por carta... la que había cargado a la cuenta del negocio de ella.
—¡Condénate en el infierno, serpiente asquerosa! —gruñó.
Normalmente ______ se cortaría su propia cabeza antes que maldecir, pero esto... esto garantizaba lenguaje serio.
Y un hacha en la cabeza de su antiguo novio.
Ella luchó contra el impulso de gritar. Y sintió la necesidad de subir a su SUV, ir a la estación de televisión donde él trabajaba y cortarlo en pequeños pedacitos sangrientos.
¡Maldito!
Una lágrima cayó por su mejilla. _______ la borró y sorbió. Ella no lloraría por esto. Él sí que no lo merecía.
En serio, no lo merecía, y profundamente dentro ella no estaba sorprendida. Durante los pasados seis meses, sabía que esto pasaría. Lo había sentido siempre que Taylor la ponía en otra dieta o le contrataba otro programa de ejercicio.
Por no mencionar la importante cena hacía dos semanas en Aquarium donde él le había dicho que no quería que ella fuese con él. —No hay ninguna necesidad de que te arregles para algo tan aburrido. En serio. Es mejor que vaya solo.
Ella supo, al minuto en que él había terminado de hablar, que él no estaría con ella por mucho más tiempo.
De todos modos lastimaba. De todos modos estaba dolida. ¿Cómo podía hacerle semejante cosa?
¡Como esto! Pensó ella con ira, mientras agitaba la carta de un lado a otro como una loca en medio de su tienda.
Pero entonces lo supo. Taylor realmente nunca había sido feliz con ella. La única razón por la que había salido con ella era porque su primo era gerente en una estación local de televisión. Taylor había querido trabajar allí y, como una idiota, ella lo había ayudado a conseguirlo.
Ahora que él estaba seguramente instalado en su posición y las mediciones estaban en lo alto, él salía con esto.
Bien. Ella no lo necesitaba de todos modos.
Ella estaba mejor sin él.
Pero todos los argumentos en el mundo no aliviaron el amargo y horrible dolor en su pecho que la hacía querer enroscarse como un ovillo y el gritar hasta que estuviera agotada.
—No lo haré —dijo, limpiándose otra lágrima—. No le daré la satisfacción de llorar.
Tirando la carta, ella asió su aspiradora con saña. Su pequeña boutique necesitaba una limpieza.
Tu sólo aspira.
Ella podía pasar la aspiradora hasta que la maldita alfombra estuviese raída.
Kevin Kattalakis se sentía como la mierda. Él acababa de dejar la oficina de Grace Alexander donde la buena, y él usó la palabra con total rencor, psicóloga le había dicho que no había nada en el mundo que pudiera curar a su hermano hasta que su hermano estuviera dispuesto a curarse.
No era lo que él necesitaba oír. La palabrería psicológica era para los humanos, no era para lobos que tenían que sacar sus estúpidos traseros del Dodge antes de que los perdieran.
Desde que Kevin había salido arrastrándose lentamente del pantano con su hermano la noche del Mardi Gras, ellos habían estado viviendo en El Santuario, un bar que era propiedad del clan de los osos Katagaria quienes daban la bienvenida a todo descarriado, no importaba de donde vinieran: humano, Daimon, Apolita, Dark Hunter, Dream-Hunter, o Were-Hunter. Mientras que mantuvieras la paz y no amenazaras a nadie, los osos te permitían quedarte. Y vivir.
Pero no importaba lo que los osos Peltier le dijeran, él sabía la verdad. Tanto él como Joe vivían bajo amenaza de muerte y no había ningún lugar seguro para ellos. Ellos tendrían que moverse antes que su padre se diera cuenta que estaban todavía vivos.
Al minuto en que lo hiciera, un equipo de asesinos sería enviado tras ellos. Kevin podría enfrentarlos, pero no si arrastraba a un lobo de sesenta kilos en estado comatoso detrás de él.
Necesitaba a Joe despierto y alerta. Sobre todo, necesitaba a su hermano dispuesto de luchar otra vez.
Pero nada parecía alcanzar a Joe, quien aún no se había movido de su cama. Nada.
—Te extraño, Joe —susurró él por lo bajo, mientras su garganta se apretaba con la pena. Era tan difícil estar solo en el mundo. No tener a nadie con quien hablar. Nadie en quien confiar.
Quería tanto a su hermano y a su hermana de regreso que con mucho gusto vendería su alma por ello.
Pero ambos, ahora, se habían ido. No había nadie para él. Nadie.
Suspirando, se metió las manos en sus bolsillos y dio vuelta en Iberville mientras caminaba por el French Quarter.
Él todavía no estaba seguro por qué se seguía preocupando de todos modos. Él bien podría dejar que su padre lo tuviera. ¿Qué diferencia habría?
Pero Kevin había pasado toda su vida luchando. Era todo lo que conocía o entendía.
Él no podía hacer como Joe y sólo acostarse y esperar la muerte. Tenía que hacer algo para recobrar a su hermano.
Algo que pudiera hacer que ambos quisieran vivir otra vez.
Kevin hizo una pausa mientras se acercaba a una de esas tiendas para mujeres que estaban dispersas por todas partes en el French Quarter. Este era un gran edificio de ladrillo rojo adornado en negro y borgoña. El frente entero estaba hecho de cristal que mostraba el interior de la tienda abarrotado de delicadas cosas de encaje de mujer y mercancías delicadas y femeninas.
Pero no fue eso lo que lo hizo detener.
Fue ella.
La mujer que había pensado que nunca volvería a ver.
_______.
Él la había visto solo una vez y sólo brevemente cuando protegía a Sunshine Runningwolf en Jackson Square mientras la artista vendía sus artesanías a los turistas. Sin hacer caso de él, _______ había acudido a Sunshine y las dos habían hablado durante unos minutos.
Entonces ______ había desaparecido de su vida completamente. Incluso aunque él hubiera querido seguirla, Kevin lo sabía muy bien. Humanos y lobos no se mezclaban.
Y definitivamente no los lobos que estaban jodidos como él.
Entonces se había sentado muy quieto mientras cada molécula de su cuerpo había gritado que fuera detrás de ella.
_______ había sido la mujer más hermosa que Kevin jamás hubiera visto.
Todavía lo era.
Su largo cabello castaño estaba atado encima de su cabeza en un desordenado moño que dejaba que sus rizos acariciaran su cara de porcelana. Ella llevaba un vestido largo, negro que fluía alrededor de su cuerpo mientras pasaba una aspiradora por la alfombra.
Cada instinto animal en su cuerpo rugía a la vida mientras la miraba otra vez. El sentimiento era primario. Exigente.
Necesario.
Y no escucharía razones.
Contra su voluntad, él se encontró dirigiéndose hacia ella. No fue hasta que hubo abierto la puerta color borgoña que se dio cuenta que ella estaba llorando.
La cólera feroz se abrió paso a través de él. Ya era bastante malo que su vida apestara, la última cosa que quería era ver a alguien como ella llorar.
______ dejó de pasar la aspiradora y alzó la vista cuando oyó a alguien entrando en su tienda. El aliento se le quedó atrapado en la garganta. Nunca en su vida había visto un hombre más hermoso.
Nunca.
Lila y Seda Tienda de Modas en Iberville, French Quarter.
Ocho meses Después
Atontada, _______ McTierney miró fijamente la carta en su mano y parpadeó. Parpadeó otra vez.
No podía realmente estar diciendo lo que ella pensaba que decía.
¿Podía?
¿Era una broma?
Pero mientras la leía nuevamente por cuarta vez, supo que no lo era. El podrido cobarde hijo de puta en realidad había roto con ella a través de su propia cuenta de FedEx.
Lo lamento, ______,
Pero necesito a una mujer más acorde con mi imagen, mi reputación. Voy a muchos sitios y necesito a mi lado la clase de mujer que me ayude, no que me entorpezca. Te enviaré tus cosas a tu edificio. Te envío algo de dinero para un cuarto de hotel para esta noche en caso de que no tengas ningún cuarto libre.
Saludos,
Taylor
—Tú lo lamentas, servil, chupador de babas de perro —gruñó ella mientras lo leía otra vez y el dolor la sumergía tan profundo que todo lo que ella pudo hacer fue no echarse a llorar. Su novio de cinco años rompía con ella por carta... la que había cargado a la cuenta del negocio de ella.
—¡Condénate en el infierno, serpiente asquerosa! —gruñó.
Normalmente ______ se cortaría su propia cabeza antes que maldecir, pero esto... esto garantizaba lenguaje serio.
Y un hacha en la cabeza de su antiguo novio.
Ella luchó contra el impulso de gritar. Y sintió la necesidad de subir a su SUV, ir a la estación de televisión donde él trabajaba y cortarlo en pequeños pedacitos sangrientos.
¡Maldito!
Una lágrima cayó por su mejilla. _______ la borró y sorbió. Ella no lloraría por esto. Él sí que no lo merecía.
En serio, no lo merecía, y profundamente dentro ella no estaba sorprendida. Durante los pasados seis meses, sabía que esto pasaría. Lo había sentido siempre que Taylor la ponía en otra dieta o le contrataba otro programa de ejercicio.
Por no mencionar la importante cena hacía dos semanas en Aquarium donde él le había dicho que no quería que ella fuese con él. —No hay ninguna necesidad de que te arregles para algo tan aburrido. En serio. Es mejor que vaya solo.
Ella supo, al minuto en que él había terminado de hablar, que él no estaría con ella por mucho más tiempo.
De todos modos lastimaba. De todos modos estaba dolida. ¿Cómo podía hacerle semejante cosa?
¡Como esto! Pensó ella con ira, mientras agitaba la carta de un lado a otro como una loca en medio de su tienda.
Pero entonces lo supo. Taylor realmente nunca había sido feliz con ella. La única razón por la que había salido con ella era porque su primo era gerente en una estación local de televisión. Taylor había querido trabajar allí y, como una idiota, ella lo había ayudado a conseguirlo.
Ahora que él estaba seguramente instalado en su posición y las mediciones estaban en lo alto, él salía con esto.
Bien. Ella no lo necesitaba de todos modos.
Ella estaba mejor sin él.
Pero todos los argumentos en el mundo no aliviaron el amargo y horrible dolor en su pecho que la hacía querer enroscarse como un ovillo y el gritar hasta que estuviera agotada.
—No lo haré —dijo, limpiándose otra lágrima—. No le daré la satisfacción de llorar.
Tirando la carta, ella asió su aspiradora con saña. Su pequeña boutique necesitaba una limpieza.
Tu sólo aspira.
Ella podía pasar la aspiradora hasta que la maldita alfombra estuviese raída.
Kevin Kattalakis se sentía como la mierda. Él acababa de dejar la oficina de Grace Alexander donde la buena, y él usó la palabra con total rencor, psicóloga le había dicho que no había nada en el mundo que pudiera curar a su hermano hasta que su hermano estuviera dispuesto a curarse.
No era lo que él necesitaba oír. La palabrería psicológica era para los humanos, no era para lobos que tenían que sacar sus estúpidos traseros del Dodge antes de que los perdieran.
Desde que Kevin había salido arrastrándose lentamente del pantano con su hermano la noche del Mardi Gras, ellos habían estado viviendo en El Santuario, un bar que era propiedad del clan de los osos Katagaria quienes daban la bienvenida a todo descarriado, no importaba de donde vinieran: humano, Daimon, Apolita, Dark Hunter, Dream-Hunter, o Were-Hunter. Mientras que mantuvieras la paz y no amenazaras a nadie, los osos te permitían quedarte. Y vivir.
Pero no importaba lo que los osos Peltier le dijeran, él sabía la verdad. Tanto él como Joe vivían bajo amenaza de muerte y no había ningún lugar seguro para ellos. Ellos tendrían que moverse antes que su padre se diera cuenta que estaban todavía vivos.
Al minuto en que lo hiciera, un equipo de asesinos sería enviado tras ellos. Kevin podría enfrentarlos, pero no si arrastraba a un lobo de sesenta kilos en estado comatoso detrás de él.
Necesitaba a Joe despierto y alerta. Sobre todo, necesitaba a su hermano dispuesto de luchar otra vez.
Pero nada parecía alcanzar a Joe, quien aún no se había movido de su cama. Nada.
—Te extraño, Joe —susurró él por lo bajo, mientras su garganta se apretaba con la pena. Era tan difícil estar solo en el mundo. No tener a nadie con quien hablar. Nadie en quien confiar.
Quería tanto a su hermano y a su hermana de regreso que con mucho gusto vendería su alma por ello.
Pero ambos, ahora, se habían ido. No había nadie para él. Nadie.
Suspirando, se metió las manos en sus bolsillos y dio vuelta en Iberville mientras caminaba por el French Quarter.
Él todavía no estaba seguro por qué se seguía preocupando de todos modos. Él bien podría dejar que su padre lo tuviera. ¿Qué diferencia habría?
Pero Kevin había pasado toda su vida luchando. Era todo lo que conocía o entendía.
Él no podía hacer como Joe y sólo acostarse y esperar la muerte. Tenía que hacer algo para recobrar a su hermano.
Algo que pudiera hacer que ambos quisieran vivir otra vez.
Kevin hizo una pausa mientras se acercaba a una de esas tiendas para mujeres que estaban dispersas por todas partes en el French Quarter. Este era un gran edificio de ladrillo rojo adornado en negro y borgoña. El frente entero estaba hecho de cristal que mostraba el interior de la tienda abarrotado de delicadas cosas de encaje de mujer y mercancías delicadas y femeninas.
Pero no fue eso lo que lo hizo detener.
Fue ella.
La mujer que había pensado que nunca volvería a ver.
_______.
Él la había visto solo una vez y sólo brevemente cuando protegía a Sunshine Runningwolf en Jackson Square mientras la artista vendía sus artesanías a los turistas. Sin hacer caso de él, _______ había acudido a Sunshine y las dos habían hablado durante unos minutos.
Entonces ______ había desaparecido de su vida completamente. Incluso aunque él hubiera querido seguirla, Kevin lo sabía muy bien. Humanos y lobos no se mezclaban.
Y definitivamente no los lobos que estaban jodidos como él.
Entonces se había sentado muy quieto mientras cada molécula de su cuerpo había gritado que fuera detrás de ella.
_______ había sido la mujer más hermosa que Kevin jamás hubiera visto.
Todavía lo era.
Su largo cabello castaño estaba atado encima de su cabeza en un desordenado moño que dejaba que sus rizos acariciaran su cara de porcelana. Ella llevaba un vestido largo, negro que fluía alrededor de su cuerpo mientras pasaba una aspiradora por la alfombra.
Cada instinto animal en su cuerpo rugía a la vida mientras la miraba otra vez. El sentimiento era primario. Exigente.
Necesario.
Y no escucharía razones.
Contra su voluntad, él se encontró dirigiéndose hacia ella. No fue hasta que hubo abierto la puerta color borgoña que se dio cuenta que ella estaba llorando.
La cólera feroz se abrió paso a través de él. Ya era bastante malo que su vida apestara, la última cosa que quería era ver a alguien como ella llorar.
______ dejó de pasar la aspiradora y alzó la vista cuando oyó a alguien entrando en su tienda. El aliento se le quedó atrapado en la garganta. Nunca en su vida había visto un hombre más hermoso.
Nunca.
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mas comentarios minimo 5 mas y la sigoooo
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hola!
me encanta la nove
siguela
bye
me encanta la nove
siguela
bye
CAPITULO 1 PARTE 2…
A primera vista su cabello era marrón oscuro, pero en realidad estaba compuesto de todos los colores: ceniza, castaño, negro, marrón, caoba, hasta algún tono de rubio. Ella nunca había visto un cabello así en alguien. Largo y ondulado, estaba recogido en una atractiva cola de caballo.
Aún mejor, su camiseta blanca estaba ajustada sobre un cuerpo que la mayor parte de las mujeres sólo verían en los mejores anuncios de las revistas. Este era un cuerpo que anunciaba sexo. Alto y delgado, aquel cuerpo pedía que una mujer lo acariciara sólo para ver si era tan duro y perfecto como parecía.
Sus hermosos rasgos eran agudos, cincelados, y tenía el crecimiento de un día de barba sobre su cara. Esta era la cara de un rebelde que no acataba las costumbres corrientes... alguien que vivía su vida exclusivamente en sus propios términos. Era obvio que nadie le decía a este hombre como hacer nada.
Él... era... magnífico.
______ no podía ver sus ojos por las oscuras gafas de sol que llevaba, pero ella sintió su mirada fija. La sentía como un toque ardiente sin llama.
Este hombre era resistente. Feroz. Y esto envió una ola de pánico por ella.
¿Por qué algo como eso estaría en una tienda que se especializaba en accesorios para mujeres?
¿Seguramente no iría a robarle?
La aspiradora, que ella no había movido un milímetro desde que él había entrado en su tienda, había comenzado a gemir y a echar humo en señal de protesta. Soltando su aliento bruscamente, _____ rápidamente la apagó y abanicó el motor con su mano.
—¿Puedo ayudarle? —preguntó ella mientras luchaba por ponerla detrás del mostrador.
El calor bañó sus mejillas mientras el motor seguía humeando y escupiendo. Esto agregó un olor no muy agradable a polvo quemado al de las velas perfumadas que ella usaba.
Le sonrió débilmente al dios tremendamente sexy que estaba tan despreocupadamente de pie en su tienda. —Lamento todo esto.
Kevin cerró sus ojos mientras saboreaba el ritmo melódico del sur de su voz. Éste llegó profundamente dentro de él, haciendo que su cuerpo entero ardiese por ella. Él estaba inflamado por la necesidad y el deseo.
Inflamado por el impulso salvaje de tomar lo que quería, y al diablo con las consecuencias.
Pero ella estaba asustada de él. Su mitad animal lo sentía. Y esa era última la cosa que su mitad humana quería.
Acercándose, él se quitó las gafas de sol y le ofreció una pequeña sonrisa. —Hola.
Eso no ayudó. Al contrario, la visión de sus ojos la hizo poner más nerviosa.
Maldición.
_____ estaba atontada. Ella no había creído que él pudiera lucir mejor que lo que ya lo hacía, pero con esa diabólica sonrisa burlona, lo hacía.
Peor, la intensa y salvaje mirada fija de esos lánguidos ojos color verde avellana la hizo estremecer y arder. Nunca en su vida había visto un hombre ni la décima parte tan apuesto como éste.
—Hola —respondió ella, sintiéndose como nueve variedades de estúpida.
La mirada fija de él finalmente la abandonó y vagó alrededor de la tienda y de sus varios exhibidores.
—Busco un regalo —dijo él con esa voz profundamente hipnótica. Ella podría haberle escuchado hablar por horas, y por una razón que no podía explicar, ella quería oírlo decir su nombre.
_______ aclaró su garganta y guardó en su sitio esos pensamientos idiotas mientras salía de atrás del mostrador. ¿Si su atractivo ex no podía soportar cómo lucía, por qué un dios como éste perdería el tiempo con ella?
Entonces decidió calmarse antes de avergonzarse ante él. —¿Para quien es?.
—Para alguien muy especial.
—¿Su novia?
Su mirada volvió a la de ella y la hizo temblar aún más. Él sacudió su cabeza ligeramente. —Yo nunca podría tener tanta suerte —dijo él, su tono bajo, seductor.
Qué cosa tan inusual había dicho él. Ella no podía imaginarse a ese tipo teniendo problemas para conseguir a ninguna mujer que quisiera. ¿Quién sobre la tierra le diría no a esto?
Pensándolo bien, ella esperaba que nunca encontrara a una mujer que lo atrajese. Si lo hiciera, se sentiría moralmente obligada a atropellarla con su coche.
—¿Cuánto quiere gastar?
Él se encogió de hombros. —El dinero no significa nada para mí.
_____ parpadeó ante esto. Magnífico y forrado. Hombre, alguna mujer por ahí era afortunada.
—Bien. Tenemos algunos collares. Aquellos siempre son un regalo agradable.
Kevin la siguió a una vitrina contra la pared lejana donde ella tenía puesto un espejo, con una multitud de gargantillas de cuentas y los pendientes que estaban sobre sus soportes de la cartulina alrededor de ellos.
El aroma de ella lo hizo endurecerse y excitarse. Fue todo lo que pudo hacer para no hundir su cabeza en el hombro de ella e inhalar su olor hasta que estuviera borracho de él. Él concentró su mirada en la piel desnuda y pálida de su cuello.
Él lamió sus labios mientras se imaginaba como sabría ella. Como se sentirían sus lujuriosas curvas presionadas contra su cuerpo. Tener sus labios hinchados por sus besos, sus ojos oscuros y soñadores por la pasión cuando ella alzara la vista hacia él mientras la tomaba.
Es más, él podía sentir el propio deseo de ella y eso volvía su apetito aún peor.
—¿Cuál es su favorito? —preguntó él, aún cuando ya sabía la respuesta.
Había una gargantilla victoriana negra que tenía su olor por todas partes. Era obvio que ella se la había probado recientemente.
—Ésta —dijo ella, alcanzándola.
Su pene se endureció aún más cuando los dedos de ella rozaron las piedras negras. Él no deseaba nada más que deslizar su mano sobre el brazo extendido de ella, rozar con la palma de su mano su suave y pálida piel, hasta alcanzar su mano. Una mano que a él le gustaría mordisquear.
—¿Usted se lo probaría para mí?
______ tembló ante el profundo tono de su voz. ¿Qué pasaba con él que la ponía tan nerviosa?
Pero ella lo sabía. Él era sumamente masculino y estar bajo su directo escrutinio era tan insoportable como desconcertante
Ella intentó ponerse el collar, pero sus manos temblaban tanto que no podía sujetarlo.
—¿Puedo ayudarla? —preguntó él.
Ella tragó y asintió.
Sus cálidas manos tocaron las suyas, haciéndola poner aún más nerviosa. Ella se miró en el espejo, atrapando la mirada de aquellos ojos color verde avellana que la miraban fijamente con un calor que la hizo temblar y arder.
Él era sin una duda el hombre con mejor apariencia que jamás hubiera vivido o respirado y estaba aquí tocándola. ¡Era suficiente como para hacerla desmayar!
Él hábilmente sujetó el collar. Sus dedos se demoraron en su cuello durante un minuto antes de que él encontrara la mirada de ella en el espejo y se alejara.
—Hermoso —murmuró él con voz ronca, sólo que no miraba el collar. Él miraba fijamente el reflejo de los ojos de ella—. Lo llevaré.
Dividida entre el alivio y la tristeza, ______ buscó alejarse rápidamente mientras trataba de quitárselo. De verdad, le gustaba ese collar y lamentaba verlo ir. Ella lo había comprado para la tienda, pero había querido guardarlo para ella.
¿Pero por qué el desagrado? Era una obra de arte hecha a mano de seiscientos dólares. Ella no tendría donde lucirlo. Sería un despilfarro, y la irlandesa pragmática en ella no le permitiría ser tan tonta.
Quitándoselo, aclaró de nuevo su garganta y se dirigió a la caja registradora.
Kevin la miró atentamente. Ella estaba aún más triste que antes. Dioses, como quería que nada más le sonriera a él. ¿Qué le decía un macho humano a una hembra humana para hacerla feliz?
Las lobas realmente no reían, no como la gente lo hacía. Sus risas eran más taimadas, seductoras. Invitantes. Su gente no reía cuando era feliz.
Ellos tenían sexo cuando estaban felices y eso, para él, era la ventaja más grande de ser un animal más que un humano. La gente tenía reglas sobre la intimidad que él nunca había entendido totalmente.
Ella colocó el collar en una gran caja blanca con una almohadilla de algodón en el interior. —¿Lo quiere envuelto para regalo?
Él asintió.
Con cuidado, ella quitó la etiqueta del precio, la puso al lado de la caja registradora, luego sacó una pequeña hoja de papel que había sido pre-cortada al tamaño de la caja. Sin mirar hacia él, ella rápidamente envolvió la caja y registró su venta.
—Seiscientos veintitrés dólares y ochenta y cuatro centavos, por favor.
Ella todavía no lo miraba. En cambio su mirada estaba enfocada en el piso, cerca de sus pies.
Kevin sintió un extraño impulso de agacharse hasta que su cara estuviera en su línea de visión. Él se contuvo mientras sacaba su billetera y le entregaba su tarjeta American Express.
Esto era realmente ridículo, que un lobo tuviera una tarjeta de crédito humana. Sin embargo, este era el siglo veintiuno y los que no se mezclaban rápidamente se encontrarían exterminados. A diferencia de muchos otros de su clase, él tenía inversiones y propiedades. Al infierno, hasta tenía un banquero personal.
______ tomó la tarjeta y la pasó por su terminal de ordenador.
—¿Usted trabaja aquí sola? —preguntó él, y rápidamente comprendió que eso fue inadecuado, ya que el temor de ella le llegó con un olor tan fuerte, que casi lo hizo maldecir en voz alta.
—No.
Ella le estaba mintiendo. Él podía olerlo.
Bien hecho, imbécil. Humanos. Él nunca los entendería. Pero claro, ellos eran débiles, sobre todo sus hembras.
A primera vista su cabello era marrón oscuro, pero en realidad estaba compuesto de todos los colores: ceniza, castaño, negro, marrón, caoba, hasta algún tono de rubio. Ella nunca había visto un cabello así en alguien. Largo y ondulado, estaba recogido en una atractiva cola de caballo.
Aún mejor, su camiseta blanca estaba ajustada sobre un cuerpo que la mayor parte de las mujeres sólo verían en los mejores anuncios de las revistas. Este era un cuerpo que anunciaba sexo. Alto y delgado, aquel cuerpo pedía que una mujer lo acariciara sólo para ver si era tan duro y perfecto como parecía.
Sus hermosos rasgos eran agudos, cincelados, y tenía el crecimiento de un día de barba sobre su cara. Esta era la cara de un rebelde que no acataba las costumbres corrientes... alguien que vivía su vida exclusivamente en sus propios términos. Era obvio que nadie le decía a este hombre como hacer nada.
Él... era... magnífico.
______ no podía ver sus ojos por las oscuras gafas de sol que llevaba, pero ella sintió su mirada fija. La sentía como un toque ardiente sin llama.
Este hombre era resistente. Feroz. Y esto envió una ola de pánico por ella.
¿Por qué algo como eso estaría en una tienda que se especializaba en accesorios para mujeres?
¿Seguramente no iría a robarle?
La aspiradora, que ella no había movido un milímetro desde que él había entrado en su tienda, había comenzado a gemir y a echar humo en señal de protesta. Soltando su aliento bruscamente, _____ rápidamente la apagó y abanicó el motor con su mano.
—¿Puedo ayudarle? —preguntó ella mientras luchaba por ponerla detrás del mostrador.
El calor bañó sus mejillas mientras el motor seguía humeando y escupiendo. Esto agregó un olor no muy agradable a polvo quemado al de las velas perfumadas que ella usaba.
Le sonrió débilmente al dios tremendamente sexy que estaba tan despreocupadamente de pie en su tienda. —Lamento todo esto.
Kevin cerró sus ojos mientras saboreaba el ritmo melódico del sur de su voz. Éste llegó profundamente dentro de él, haciendo que su cuerpo entero ardiese por ella. Él estaba inflamado por la necesidad y el deseo.
Inflamado por el impulso salvaje de tomar lo que quería, y al diablo con las consecuencias.
Pero ella estaba asustada de él. Su mitad animal lo sentía. Y esa era última la cosa que su mitad humana quería.
Acercándose, él se quitó las gafas de sol y le ofreció una pequeña sonrisa. —Hola.
Eso no ayudó. Al contrario, la visión de sus ojos la hizo poner más nerviosa.
Maldición.
_____ estaba atontada. Ella no había creído que él pudiera lucir mejor que lo que ya lo hacía, pero con esa diabólica sonrisa burlona, lo hacía.
Peor, la intensa y salvaje mirada fija de esos lánguidos ojos color verde avellana la hizo estremecer y arder. Nunca en su vida había visto un hombre ni la décima parte tan apuesto como éste.
—Hola —respondió ella, sintiéndose como nueve variedades de estúpida.
La mirada fija de él finalmente la abandonó y vagó alrededor de la tienda y de sus varios exhibidores.
—Busco un regalo —dijo él con esa voz profundamente hipnótica. Ella podría haberle escuchado hablar por horas, y por una razón que no podía explicar, ella quería oírlo decir su nombre.
_______ aclaró su garganta y guardó en su sitio esos pensamientos idiotas mientras salía de atrás del mostrador. ¿Si su atractivo ex no podía soportar cómo lucía, por qué un dios como éste perdería el tiempo con ella?
Entonces decidió calmarse antes de avergonzarse ante él. —¿Para quien es?.
—Para alguien muy especial.
—¿Su novia?
Su mirada volvió a la de ella y la hizo temblar aún más. Él sacudió su cabeza ligeramente. —Yo nunca podría tener tanta suerte —dijo él, su tono bajo, seductor.
Qué cosa tan inusual había dicho él. Ella no podía imaginarse a ese tipo teniendo problemas para conseguir a ninguna mujer que quisiera. ¿Quién sobre la tierra le diría no a esto?
Pensándolo bien, ella esperaba que nunca encontrara a una mujer que lo atrajese. Si lo hiciera, se sentiría moralmente obligada a atropellarla con su coche.
—¿Cuánto quiere gastar?
Él se encogió de hombros. —El dinero no significa nada para mí.
_____ parpadeó ante esto. Magnífico y forrado. Hombre, alguna mujer por ahí era afortunada.
—Bien. Tenemos algunos collares. Aquellos siempre son un regalo agradable.
Kevin la siguió a una vitrina contra la pared lejana donde ella tenía puesto un espejo, con una multitud de gargantillas de cuentas y los pendientes que estaban sobre sus soportes de la cartulina alrededor de ellos.
El aroma de ella lo hizo endurecerse y excitarse. Fue todo lo que pudo hacer para no hundir su cabeza en el hombro de ella e inhalar su olor hasta que estuviera borracho de él. Él concentró su mirada en la piel desnuda y pálida de su cuello.
Él lamió sus labios mientras se imaginaba como sabría ella. Como se sentirían sus lujuriosas curvas presionadas contra su cuerpo. Tener sus labios hinchados por sus besos, sus ojos oscuros y soñadores por la pasión cuando ella alzara la vista hacia él mientras la tomaba.
Es más, él podía sentir el propio deseo de ella y eso volvía su apetito aún peor.
—¿Cuál es su favorito? —preguntó él, aún cuando ya sabía la respuesta.
Había una gargantilla victoriana negra que tenía su olor por todas partes. Era obvio que ella se la había probado recientemente.
—Ésta —dijo ella, alcanzándola.
Su pene se endureció aún más cuando los dedos de ella rozaron las piedras negras. Él no deseaba nada más que deslizar su mano sobre el brazo extendido de ella, rozar con la palma de su mano su suave y pálida piel, hasta alcanzar su mano. Una mano que a él le gustaría mordisquear.
—¿Usted se lo probaría para mí?
______ tembló ante el profundo tono de su voz. ¿Qué pasaba con él que la ponía tan nerviosa?
Pero ella lo sabía. Él era sumamente masculino y estar bajo su directo escrutinio era tan insoportable como desconcertante
Ella intentó ponerse el collar, pero sus manos temblaban tanto que no podía sujetarlo.
—¿Puedo ayudarla? —preguntó él.
Ella tragó y asintió.
Sus cálidas manos tocaron las suyas, haciéndola poner aún más nerviosa. Ella se miró en el espejo, atrapando la mirada de aquellos ojos color verde avellana que la miraban fijamente con un calor que la hizo temblar y arder.
Él era sin una duda el hombre con mejor apariencia que jamás hubiera vivido o respirado y estaba aquí tocándola. ¡Era suficiente como para hacerla desmayar!
Él hábilmente sujetó el collar. Sus dedos se demoraron en su cuello durante un minuto antes de que él encontrara la mirada de ella en el espejo y se alejara.
—Hermoso —murmuró él con voz ronca, sólo que no miraba el collar. Él miraba fijamente el reflejo de los ojos de ella—. Lo llevaré.
Dividida entre el alivio y la tristeza, ______ buscó alejarse rápidamente mientras trataba de quitárselo. De verdad, le gustaba ese collar y lamentaba verlo ir. Ella lo había comprado para la tienda, pero había querido guardarlo para ella.
¿Pero por qué el desagrado? Era una obra de arte hecha a mano de seiscientos dólares. Ella no tendría donde lucirlo. Sería un despilfarro, y la irlandesa pragmática en ella no le permitiría ser tan tonta.
Quitándoselo, aclaró de nuevo su garganta y se dirigió a la caja registradora.
Kevin la miró atentamente. Ella estaba aún más triste que antes. Dioses, como quería que nada más le sonriera a él. ¿Qué le decía un macho humano a una hembra humana para hacerla feliz?
Las lobas realmente no reían, no como la gente lo hacía. Sus risas eran más taimadas, seductoras. Invitantes. Su gente no reía cuando era feliz.
Ellos tenían sexo cuando estaban felices y eso, para él, era la ventaja más grande de ser un animal más que un humano. La gente tenía reglas sobre la intimidad que él nunca había entendido totalmente.
Ella colocó el collar en una gran caja blanca con una almohadilla de algodón en el interior. —¿Lo quiere envuelto para regalo?
Él asintió.
Con cuidado, ella quitó la etiqueta del precio, la puso al lado de la caja registradora, luego sacó una pequeña hoja de papel que había sido pre-cortada al tamaño de la caja. Sin mirar hacia él, ella rápidamente envolvió la caja y registró su venta.
—Seiscientos veintitrés dólares y ochenta y cuatro centavos, por favor.
Ella todavía no lo miraba. En cambio su mirada estaba enfocada en el piso, cerca de sus pies.
Kevin sintió un extraño impulso de agacharse hasta que su cara estuviera en su línea de visión. Él se contuvo mientras sacaba su billetera y le entregaba su tarjeta American Express.
Esto era realmente ridículo, que un lobo tuviera una tarjeta de crédito humana. Sin embargo, este era el siglo veintiuno y los que no se mezclaban rápidamente se encontrarían exterminados. A diferencia de muchos otros de su clase, él tenía inversiones y propiedades. Al infierno, hasta tenía un banquero personal.
______ tomó la tarjeta y la pasó por su terminal de ordenador.
—¿Usted trabaja aquí sola? —preguntó él, y rápidamente comprendió que eso fue inadecuado, ya que el temor de ella le llegó con un olor tan fuerte, que casi lo hizo maldecir en voz alta.
—No.
Ella le estaba mintiendo. Él podía olerlo.
Bien hecho, imbécil. Humanos. Él nunca los entendería. Pero claro, ellos eran débiles, sobre todo sus hembras.
CAPITULO 1 PARTE 3
Ella le dio el recibo.
Molesta con él por hacerla sentir hasta más incómoda, él firmó con su nombre y se lo devolvió.
Ella comparó su firma con la de su tarjeta y frunció el ceño. —Katta...
—Kattalakis —dijo él—. Es griego.
Sus ojos brillaban sólo un poco mientras ella le devolvía la tarjeta. —Es muy diferente. Usted debe pasar mucho tiempo deletreándoselo a la gente.
—Síp.
Ella metió el recibo en su cajón, luego colocó la caja envuelta en una pequeña bolsa con manijas de cuerda. —Gracias —dijo ella tranquilamente, poniéndola sobre el mostrador delante de él—. Que tenga un día agradable, Señor Kattalakis.
Él asintió y se dirigió a la puerta, con su corazón aún más pesado que antes, porque no había logrado hacerla feliz.
—¡Espere! —dijo ella cuando él tocó la perilla de la puerta—. Se olvida su collar.
Kevin se volvió para mirarla una última vez, sabiendo que nunca la volvería a ver. Ella estaba tan hermosa allí con sus grandes ojos color ámbar en su pálido rostro de diosa. Había algo en ella que le recordaba a un ángel de Rubens. Ella era etérea y encantadora.
Y lejos demasiado frágil para un animal.
—No —dijo él quedamente—. Lo dejé con la mujer que quiero que lo tenga.
_____ sintió que su mandíbula se le caía mientras las palabras de él pendían en el aire entre ellos. —No puedo aceptarlo.
Él abrió la puerta y se dirigió a la calle.
Tomando la bolsa del mostrador, ______ lo persiguió. Él se dirigía rápidamente por la pendiente el centro del Quarter y esto hizo que ella debiera apresurarse seriamente para alcanzarlo.
Ella lo tomó de su brazo, asombrada por la tensión de su bíceps mientras ella tiraba de él para que se detuviese. Sin aliento, ella alzó la vista hacia él y a esos seductores ojos color verde avellana.
—No puedo aceptar esto —dijo ella otra vez, dándole la bolsa—. Es demasiado.
Él rechazó tomarla. —Quiero que usted lo tenga.
Había tanta insondable sinceridad en aquellas palabras que ella no podía hacer nada más que mirarlo atónita. —¿Por qué?
—Por que las mujeres hermosas merecen cosas hermosas.
Nadie que no estuviera relacionado con ella había dicho nunca nada tan amable. Hoy más que cualquier otro día, ella necesitaba oírlo. Ella nunca había pensado que algún hombre jamás pensaría así de ella. Y oír eso de este magnífico extraño le significó el mundo.
Esas palabras le llegaron tan profundamente dentro de ella que... que...
Ella se echó a llorar.
Kevin se quedó allí parado sintiéndose completamente perplejo. ¿Qué era esto? Los lobos no lloraban. Una loba podría arrancar la garganta de un hombre por haberla molestado, pero nunca llorar y sobre todo no cuando alguien la elogiaba.
—Lo siento —dijo él, completamente confuso por lo que había hecho mal—. Pensé que esto la haría feliz. No pensé herir sus sentimientos.
Ella lloró aún más.
¿Qué se suponía que debía hacer ahora él? Él miró alrededor, pero no había nadie a quien preguntar.
Joder con su parte humana. Él no comprendía esa parte de él, tampoco. En cambio, escuchó a la parte de animal que sólo sabía instintivamente cómo cuidar de alguien cuando estaba herido.
Él la tomó entre sus brazos y la llevó hacia su tienda. Los animales siempre se mejoraban en su ambiente natural, así que también podría funcionar para un humano. Era más fácil arreglárselas con cosas familiares alrededor.
Ella se abrazó a su cuello mientras él la llevaba y lloró aún más fuerte. Sus lágrimas calientes provocaron escalofríos sobre su piel y él sufrió por ella.
¿Cómo podría hacerla sentir mejor?
______ se odió para quebrarse así. ¿Qué estaba mal en ella? ¡Peor, él la estaba llevando en brazos!
¡Llevándola en brazos a ella! Y él no estaba quejándose por que fuera gorda y pesada, o gruñendo por el esfuerzo. Ella en broma le había pedido a Taylor que la llevara por el umbral cuando ellos se habían mudado juntos y él se había reído, luego le preguntó si ella intentaba provocarle una hernia.
Más tarde esa noche, Taylor había acordado hacerlo sólo si ella le compraba una carretilla elevadora para ello.
Y ahora aquí, este total extraño, la llevaba con facilidad por la calle. Por primera vez en su vida, ella casi se sintió menuda.
Pero ella no era una ilusa. _____ McTierney no había sido menuda desde que tenía seis meses.
Él abrió la puerta, entró, luego la cerró con el talón de su bota. Sin peder el paso, él la sentó en el alto taburete detrás de la caja registradora. Él la sentó con cuidado, luego tironeó de su camiseta blanca y la usó para secarle los ojos.
—¡Ow! —dijo ella cuando él casi le sacó su ojo derecho. Era una cosa buena que no llevara lentes de contacto porque la hubiera dejado ciega.
Él miró arrepentido. —Lo siento.
—No —dijo ella, mirándolo a través de sus lágrimas.
—Soy yo quien tiene que pedir perdón. No pensé en tener una crisis nerviosa sobre usted.
—¿Es eso lo que es?
¿Lo decía en serio? Él definitivamente lo parecía.
Ella dio un suspiro y limpió sus ojos con sus manos. —No, soy yo siendo estúpida. Lo siento tanto.
Él le ofreció una pequeña sonrisa burlona, seductora. —Está bien. Realmente. Creo.
_______ le miró fijamente con incredulidad. ¿Por qué estaba este hombre en su tienda siendo tan amable con ella? Esto no tenía sentido.
¿Esto era un sueño?
Intentando recuperar un poco de su dignidad, ella sacó el recibo de la tarjeta de crédito de la caja registradora. —Aquí —dijo ella, dándoselo.
—¿Por qué me da esto?
—Oh, vamos. Nadie compra un collar tan caro para una completa desconocida.
Otra vez él no lo tomó. En cambio, él tomó la bolsa y sacó la caja. Ella miró como él lo desempaquetaba, luego colocaba el collar alrededor de su cuello otra vez. El contraste entre sus cálidas manos y las frías cuentas la hizo temblar.
Él enlazó sus dedos por los rizos de su pelo mirándola fijamente como si ella fuera algún delicioso postre que él moría por probar.
Nadie jamás le había dado una mirada tan ardiente antes. No era natural que un hombre tan hermoso la mirara así.
—Esto le pertenece a usted. Ninguna otra mujer podría hacerle justicia.
Ella le dio el recibo.
Molesta con él por hacerla sentir hasta más incómoda, él firmó con su nombre y se lo devolvió.
Ella comparó su firma con la de su tarjeta y frunció el ceño. —Katta...
—Kattalakis —dijo él—. Es griego.
Sus ojos brillaban sólo un poco mientras ella le devolvía la tarjeta. —Es muy diferente. Usted debe pasar mucho tiempo deletreándoselo a la gente.
—Síp.
Ella metió el recibo en su cajón, luego colocó la caja envuelta en una pequeña bolsa con manijas de cuerda. —Gracias —dijo ella tranquilamente, poniéndola sobre el mostrador delante de él—. Que tenga un día agradable, Señor Kattalakis.
Él asintió y se dirigió a la puerta, con su corazón aún más pesado que antes, porque no había logrado hacerla feliz.
—¡Espere! —dijo ella cuando él tocó la perilla de la puerta—. Se olvida su collar.
Kevin se volvió para mirarla una última vez, sabiendo que nunca la volvería a ver. Ella estaba tan hermosa allí con sus grandes ojos color ámbar en su pálido rostro de diosa. Había algo en ella que le recordaba a un ángel de Rubens. Ella era etérea y encantadora.
Y lejos demasiado frágil para un animal.
—No —dijo él quedamente—. Lo dejé con la mujer que quiero que lo tenga.
_____ sintió que su mandíbula se le caía mientras las palabras de él pendían en el aire entre ellos. —No puedo aceptarlo.
Él abrió la puerta y se dirigió a la calle.
Tomando la bolsa del mostrador, ______ lo persiguió. Él se dirigía rápidamente por la pendiente el centro del Quarter y esto hizo que ella debiera apresurarse seriamente para alcanzarlo.
Ella lo tomó de su brazo, asombrada por la tensión de su bíceps mientras ella tiraba de él para que se detuviese. Sin aliento, ella alzó la vista hacia él y a esos seductores ojos color verde avellana.
—No puedo aceptar esto —dijo ella otra vez, dándole la bolsa—. Es demasiado.
Él rechazó tomarla. —Quiero que usted lo tenga.
Había tanta insondable sinceridad en aquellas palabras que ella no podía hacer nada más que mirarlo atónita. —¿Por qué?
—Por que las mujeres hermosas merecen cosas hermosas.
Nadie que no estuviera relacionado con ella había dicho nunca nada tan amable. Hoy más que cualquier otro día, ella necesitaba oírlo. Ella nunca había pensado que algún hombre jamás pensaría así de ella. Y oír eso de este magnífico extraño le significó el mundo.
Esas palabras le llegaron tan profundamente dentro de ella que... que...
Ella se echó a llorar.
Kevin se quedó allí parado sintiéndose completamente perplejo. ¿Qué era esto? Los lobos no lloraban. Una loba podría arrancar la garganta de un hombre por haberla molestado, pero nunca llorar y sobre todo no cuando alguien la elogiaba.
—Lo siento —dijo él, completamente confuso por lo que había hecho mal—. Pensé que esto la haría feliz. No pensé herir sus sentimientos.
Ella lloró aún más.
¿Qué se suponía que debía hacer ahora él? Él miró alrededor, pero no había nadie a quien preguntar.
Joder con su parte humana. Él no comprendía esa parte de él, tampoco. En cambio, escuchó a la parte de animal que sólo sabía instintivamente cómo cuidar de alguien cuando estaba herido.
Él la tomó entre sus brazos y la llevó hacia su tienda. Los animales siempre se mejoraban en su ambiente natural, así que también podría funcionar para un humano. Era más fácil arreglárselas con cosas familiares alrededor.
Ella se abrazó a su cuello mientras él la llevaba y lloró aún más fuerte. Sus lágrimas calientes provocaron escalofríos sobre su piel y él sufrió por ella.
¿Cómo podría hacerla sentir mejor?
______ se odió para quebrarse así. ¿Qué estaba mal en ella? ¡Peor, él la estaba llevando en brazos!
¡Llevándola en brazos a ella! Y él no estaba quejándose por que fuera gorda y pesada, o gruñendo por el esfuerzo. Ella en broma le había pedido a Taylor que la llevara por el umbral cuando ellos se habían mudado juntos y él se había reído, luego le preguntó si ella intentaba provocarle una hernia.
Más tarde esa noche, Taylor había acordado hacerlo sólo si ella le compraba una carretilla elevadora para ello.
Y ahora aquí, este total extraño, la llevaba con facilidad por la calle. Por primera vez en su vida, ella casi se sintió menuda.
Pero ella no era una ilusa. _____ McTierney no había sido menuda desde que tenía seis meses.
Él abrió la puerta, entró, luego la cerró con el talón de su bota. Sin peder el paso, él la sentó en el alto taburete detrás de la caja registradora. Él la sentó con cuidado, luego tironeó de su camiseta blanca y la usó para secarle los ojos.
—¡Ow! —dijo ella cuando él casi le sacó su ojo derecho. Era una cosa buena que no llevara lentes de contacto porque la hubiera dejado ciega.
Él miró arrepentido. —Lo siento.
—No —dijo ella, mirándolo a través de sus lágrimas.
—Soy yo quien tiene que pedir perdón. No pensé en tener una crisis nerviosa sobre usted.
—¿Es eso lo que es?
¿Lo decía en serio? Él definitivamente lo parecía.
Ella dio un suspiro y limpió sus ojos con sus manos. —No, soy yo siendo estúpida. Lo siento tanto.
Él le ofreció una pequeña sonrisa burlona, seductora. —Está bien. Realmente. Creo.
_______ le miró fijamente con incredulidad. ¿Por qué estaba este hombre en su tienda siendo tan amable con ella? Esto no tenía sentido.
¿Esto era un sueño?
Intentando recuperar un poco de su dignidad, ella sacó el recibo de la tarjeta de crédito de la caja registradora. —Aquí —dijo ella, dándoselo.
—¿Por qué me da esto?
—Oh, vamos. Nadie compra un collar tan caro para una completa desconocida.
Otra vez él no lo tomó. En cambio, él tomó la bolsa y sacó la caja. Ella miró como él lo desempaquetaba, luego colocaba el collar alrededor de su cuello otra vez. El contraste entre sus cálidas manos y las frías cuentas la hizo temblar.
Él enlazó sus dedos por los rizos de su pelo mirándola fijamente como si ella fuera algún delicioso postre que él moría por probar.
Nadie jamás le había dado una mirada tan ardiente antes. No era natural que un hombre tan hermoso la mirara así.
—Esto le pertenece a usted. Ninguna otra mujer podría hacerle justicia.